Viaje a los puertos oscuros by Pierdomenico Baccalario

Viaje a los puertos oscuros by Pierdomenico Baccalario

autor:Pierdomenico Baccalario [Baccalario, Pierdomenico]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2013-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Los chicos siguieron a Murray sin dejar de resoplar y de tropezar, teniendo cuidado de no caerse. Los peldaños resbalaban y eran muy empinados, y la subida, en su conjunto, fue agotadora.

A medida que subían lograban ver mejor la forma de la ciudad: era circular y antaño debía de haber sido majestuosa. Pagodas de osada geometría se sucedían formando círculos concéntricos cada vez más estrechos.

Siete círculos concéntricos, tal y como había visto Tolomea y como había anotado el profesor Galippi, refiriéndose a la Ciudad del Sol. Pero aquella ciudad parecía haberse transformado en su contrario exacto.

Cuando llegaron arriba vieron, a sus pies, una enorme extensión de jungla negra cruzada por un río de plata que formaba un aguazal. El aire era cálido, dulce, elástico, aromatizado por el suave perfume de árboles desconocidos. El cielo, de color añil, estaba salpicado por millares de estrellas brillantes e iluminaba fantasmagóricamente una lejana aldea de palafitos, al menos a dos días de marcha de donde se encontraban. Se vislumbraban luces, casas y dos insólitas chimeneas que exhalaban densas volutas de humo negro. Grupos de marabúes revoloteaban por encima de la corriente, posándose en ambas orillas, a los pies de los tamarindos arqueados sobre las aguas. Un silencio tétrico, misterioso, reinaba por doquier. De vez en cuando, el follaje murmuraba, mecido por una ráfaga de viento que transportaba hasta ellos la letanía de un instrumento exótico y lejano, el aullido agudo y melancólico de un chacal o el graznido de los cuervos.

—Es un ramsinga… —dijo Mina al reconocer el instrumento que producía, en algún lugar de la jungla, aquella letanía innatural.

—Mirad allí abajo… —dijo Murray señalando un punto más allá de la aldea de palafitos, donde la cinta plateada del río desembocaba en el vasto espejo oscuro del mar.

Una serie de piras, de decenas de metros de altura, ardían ante la colosal estatua de una mujer con cuatro brazos que custodiaba la entrada del puerto. Las llamas se elevaban en el cielo velando la luz de la luna y crepitaban silenciosas e irreales. A pesar de la distancia, se distinguían, anclados en el puerto, cientos de barcos diferentes que se apretaban a la sombra de la gran efigie.

—Me parece que es el puerto que estamos buscando… —observó Shane.

Se agazaparon en lo alto de la muralla, asustados por aquel espectáculo salvaje, preocupados sin motivo por la idea de ser descubiertos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Mina.

El aire era tan caliente que quitaba la respiración.

—No tengo ni idea, chicos —murmuró Murray—. Hace un momento estábamos en el salón de Villa Argo y ahora… —Señaló la ciudad fantástica y el tétrico puerto flameante.

—En Taprobana… —concluyó Shane en su lugar—. Pero ¿se puede saber cómo lo has hecho?

Murray se encogió de hombros.

—He cogido las llaves y… las he usado.

—¿Nada más?

—Nada más.

—¿No has pronunciado fórmulas mágicas?

—Nada de fórmulas mágicas. Deseaba abrirla y ha funcionado. ¡Ostras! ¡Ha funcionado realmente!

Mina tenía los ojos húmedos de la emoción. Mientras tanto, las nubes estaban ocultando la luna.

—Yo creo que deberíamos regresar inmediatamente —dijo Mina, emocionada—.



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